jueves, 31 de mayo de 2012

El encuentro.


Siente que hay una pasión dormida en la mitad de su corazón, hay fuego, pero el fuego se está extinguiendo con el viento del maldito tiempo que no cambia. Camina, se va por los callejones donde lo miran los gatos negros, ojos amarillos, parecen maravillados por cualquier cosa que no significada nada.  Él suele distraerse con el color del cielo, le parece algo  ausente y perdido en un ilógico color azul abrazando la ciudad gris.

Observa a la vendedora de frutas,  atiende a cada cliente con una sonrisa,  escogiendo siempre las manzanas más rojas y las naranjas más dulces con una meticulosidad admirable, casi parece que hubiese hecho una carrera universitaria para eso. Una joven con el rostro tenso se dirige al café de la esquina, parece que tiene prisa, tropieza enredándose en su propio e irregular caminar, el piensa que es estúpido usar tacones tan altos, quiere ayudarla pero ella se incorpora rápidamente, mira hacia todos lados asegurándose de no haber sido vista y sacude la tierra que le ha quedado en la falda.  André se queda mirando el suelo mientras camina hacia el museo de artes, de vez en cuando se distrae con los nudos apretados de los cordones de sus zapatos, piensa que en cada paso los nudos se aflojan, así como los años aflojan la felicidad, los sueños, la vida, la piel.

Finalmente llega a su destino, atraviesa una puerta grande de vidrio donde se reflejan los carros que fluyen a través de las venas de la ciudad, el portero examina su ropa con los ojos asegurándose que no sea un vagabundo o un ladrón, lo mira con indiferencia y vuelve de nuevo a su detestable trabajo. Entra a un salón, hay una chica rubia con las mejillas enrojecidas observando una obra de arte, ella le recuerda al gato en el callejón que miraba maravillado cualquier bote de basura, ella lo hacía de la misma forma con ese  cuadro trepado en la pared, pensó que nunca había visto una pared tan blanca y se imaginó a un empleado lavando las paredes una vez cada 12 horas. La primera pintura en el salón era una boca mostrando unos dientes deformes, se revolvían entre ellos saliéndose del marco de los labios en una explosión de colores absurda, parecían pinceladas desesperadas, un poco tontas e ingeniosas, se acercó más y se podían contemplar más formas, rostros de personas tristes atrapadas en un cuadro lleno de colores alegres; había cierta ambivalencia en aquella pintura, por un momento se imaginó al artista pintando en su habitación, pensando que era algo horrible lo que había hecho, odiando su propia creación.

La chica rubia sigue  en frente de la misma pintura, él se acerca un poco, por alguna razón las mejillas de la joven le parecen más atractivas que las obras de arte, otro paso, se encuentran los dos frente al mismo lienzo relleno de figuras ilógicas, ella se muerde el labio inferior  mientras sostiene una mano sobre su pecho, parece que estuviera evitando que el corazón se le desborde, siente que está en la realidad de esa creación, el mundo a su alrededor parece inocuo y estúpido al estar contemplando aquella belleza, la lógica, la respuesta estaba allí. André suelta un profundo suspiro para llamar su atención, ella, sumida en un éxtasis ridículo gira la cabeza y se percata de aquella presencia taciturna, casi solitaria, dos ojos negros se posan en su escote, él sonríe, ella sonríe, son dos soledades encontradas en la pintura de un artista anónimo.