lunes, 25 de junio de 2012

Desconocidos.

Miró el cielo estrellado, cada punto de luz en el lienzo de la noche se reflejaba  radiante en sus pupilas, como si no quisieran reflejarse en ningún otro lugar. Se llevó el porro a la boca, inhalo, contuvo, exhaló, vio como la oscuridad absorbía el humo blanco haciéndolo desaparecer, él quería ser ese humo. La luna apenas empezaba a nacer, ella lo observaba como si estuviese decepcionada, era tan horrible su pálida expresión que tal vez los otros planetas se enterarían de lo que pasaba. Sintió la frialdad del césped traspasar su camiseta, un escalofrío recorrió su espalda y lo supo: estaba jodido, no había nada ni nadie que pudiese cambiarlo, al menos no esa noche.

Sacudió la cabeza y se levantó del suelo, las luces iluminaban el lago del parque de una forma asombrosa, formaban líneas de luz ondulantes, se quedó viendo formas de su problema, pensó, pensó tanto que estaba cansado de hacerlo, su cerebro estallaría, pero eso no importaba, aun si su cerebro estallara o no, no volvería a tener lo que antes tenía. Recuerda ese día, llevaba puestas las mismas botas de suela de caucho que ahora mismo aplastan el césped; corrió tanto, corrió tan lejos, lo hizo porque sabía que si lo hacía, jamás volvería a ese lugar donde albergaban tantas penas, ese lugar donde todos fingían ser una familia. Ahora se siente estúpido, siente que fue un cobarde que no encontró otra salida más que huir, ni siquiera intentó cambiar la situación, no lo hizo porque sabía que jamás cambiaría, nadie allí quería saber del chico de ojos claros y cabello negro que siempre intentaba hacer lo mejor para no cagarla. Pero él no podía ser como ellos querían, sus padres lo veían como algo que no era, creían en una persona que era inexistente en su sonrisa; las carcajadas le dolían, los brindis en las navidades no significaban nada, no había nada real allí, nada que pudiese limpiar el pozo lleno de mierda que había en la mitad de su alma.

En el camino se encontró a un muchacho sentado en el banco cerca al lago, tenía la mirada fija en algún lugar del parque y  un cigarro sin encender en la mano derecha. Posó sus ojos sobre el chico con chaqueta de cuero y botas, hizo una expresión que él nunca había visto y le preguntó:

-Hey amigo, ¿Tiene fuego?-

-Claro, tenga-  Dijo mientras le daba el encendedor color amarillo. Sintió los dedos del desconocido, estaban sudorosos, se veía pálido, parecía que fuese a sufrir un ataque de ansiedad.

-Anda, sentate-

-¿Usted es de aquí?-

-Mire amigo, yo no soy de ninguna parte, por eso estoy aquí-

-Okay- Murmuró mientras se acomodaba al lado del desconocido que intentaba prender el cigarro sin quemarse, le temblaban las manos.

- La gente cambia bro, no sé cómo lidiar con los cambios, soy malísimo para los cambios, siento que me va a dar un paro cardiaco cada que alguien quiere desordenar mi fucking vida-

-Pero todo cambia, hasta usted cambia, uno tiene que adaptarse sabe-

-Pero no es fácil adaptarse a la basura, a la gente basura y las cosas basura-

-¿Cómo sabe que usted no es basura también?-

-Seguro lo soy porque a veces ni me soporto a mí mismo-

-Tal vez es eso, ¿Cómo va a soportar a los demás si no se soporta a usted? Seguramente usted es basura, entonces todo le parece basura, la forma en que se percibe el mundo es también la forma en la que se percibe a usted mismo-

-Che, ya no sé qué decirle, creo que tiene razón-

-¿Por qué me cuenta todo eso? Pensé que quería que le prestara para encender el cigarro no más-

- Mire amigo, hay cosas que sólo se pueden hablar con desconocidos, no te joden porque no saben quién sos-
 
- Cierto-

-Ya puede largarse, vaya con Dios por fa-

-Iré con él, pero sólo si le gusta la mala compañía-

-Mejor mal acompañado que solo-

-Dios debe sentirse solo, es el único santo y todos somos pobres diablos-

-Adiós Bro-

-Espere, devuélvame el encendedor-

-Mire, ahí tiene, era una prueba, los que olvidan los encendedores siempre tienen mala suerte-

-¿Entonces tengo buena suerte? No creo-

-Men, acaba de darme el mejor consejo, usted tiene suerte de tenerse. Vuelva a su casa-

-No tengo una-

-Pero la tendrá-

-Gracias, ¿Cómo se llama?-

-No tengo nombre ¿Y usted?-

-Tampoco-



viernes, 8 de junio de 2012

Cathy.


El frío de la noche penetra entre sus piernas como si nunca hubiese hecho ese trabajo antes, debía utilizar ropa pequeña para complacer los ojos de los transeúntes sedientos de amor plástico y efímero. Necesitaba de esos sucios billetes para seguir respirando, deseaba, con todas sus fuerzas, no parecer atractiva a los clientes que se acercaban sigilosos en sus autos, esperando a ser satisfechos con los cuerpos de aquellas mujeres tristes.

Mimi, la morena más hermosa del sitio, temblaba de frío, parecía complacida todo el tiempo, como si disfrutara de lo que hacía. Era de esas mujeres imponentes que intimidan cuando hablan y parecen interesantes cuando callan, Cathy quería saber por qué una chica como ella estaba allí, desperdiciando el brillo de sus ojos en un lugar de mala muerte. Había hablado un par de veces con ella, su sonrisa artificial iluminaba su rostro cansado cuando se reía de sus propios chistes, como si intentara convencerse de que todo estaba bien, nada estaba bien en ese lugar, todos lo sabían, era una cárcel donde los recuerdos de la familia morían ahogados por el dinero que se le cobraba a los clientes. Allí, el cuerpo no valía nada, era una máquina que debía producir lo necesario, atraer lo necesario, ser lo necesario, eso era algo desolador y extraño, ya no habían mujeres dueñas de sí mismas, se perdían en su propia carne, odiándola como si fuera un ser desconocido, un monstruo, el culpable de sus penas.

Miraba hacia todas partes, contemplando aquel escenario de película de terror cubierto por el telón nocturno. Olor a licor y mierda, labial rojo manchado sobre el rostro, humo azul saliendo de la boca de alguna puta melancólica, todo a su alrededor era un lugar denso, como la vida que arrastraba tras ella desde que se sumergió en el mar de las pieles sudadas y asquerosas, las babas ajenas y los orgasmos fingidos.